El verano que viviré


Estamos a menos de un mes para la Nochebuena y eso querrá decir que nos habremos ventilado un tercio del curso. A la vuelta, en enero, serán seis meses más y fin.

No me voy a creer cuando sea 30 de junio. Cuando diga adiós definitivamente a un curso que se me está haciendo cuesta arriba, no por el centro o por los alumnos, ni mucho menos, sino por esos madrugones que me van apagando a lo largo de la semana y por esa hora de coche en cada sentido que, quieras que no, cansa, por mucho que la radio me dé compañía. No me lo voy a creer cuando pase de coger el coche más de dos horas al día a hacerlo, quién sabe, 15 minutos, o si tuviera una flor en el culo por una vez con este tema, podría irme en autobús o incluso andando. Fantasía.

Fantaseo con esto, lo reconozco. El papeleo administrativo ya lo tengo averiguado porque esta vez sí lo he hecho a tiempo. Esta vez sí. Fantaseo con estar por fin cerca de casa para trabajar. Ansío varios momentos futuros: en el que me digan si tengo plaza más cerca o, en su defecto, puedo pedir más cerca de casa en los siguientes cursos, y el 30 de junio y el 1 de julio: el 30 porque será el último día de mi vida que haga ese camino y, aunque me dará algo de pena dejar atrás a gente buena, mi felicidad cerca de casa está por encima de eso, por mucho que los aprecie; a gente más preciada dejé atrás el pasado 30 de junio. Y el 1 de julio porque, con suerte, si no me vuelve a tocar tribunal de oposiciones, diré que me quedan dos meses de desconexión total. Siempre he escuchado decir que el verano en que terminas Bachillerato y haces Selectividad es el mejor verano de tu vida, pero para mí, el verano de mi vida va a ser el de 2026 si todo me sale bien.

Miren que no me gusta demasiado el verano por el calor, que soy de frío y de invierno. Pero este es el verano que más deseo en los 33 años que llevo en este mundo.

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