Sí, veo 'La revuelta'. ¿Y qué?


Pues sí. Además de ver El hormiguero de cuando en cuando, también otros días me apetece ver el programa de Broncano, La revuelta. ¿Soy un socialista y venero a Pedro Sánchez? Pues ni una cosa ni la otra. Si echan ustedes un vistazo a este cuaderno, sabrán ustedes de mi animadversión hacia el presidente del Gobierno; no es ningún secreto. Tampoco defenderé que esta Radio Televisión Española está despolitizada o que es independiente porque solo hay que ver un rato el programa de Jesús Cintora que, además, emiten por dos cadenas, o que todo lo que hace es irreprochable.

Pero nada de eso quita el entretenimiento que supone La revuelta. Porque, y lo he dicho en otras ocasiones, la televisión para mí es entretenimiento, independientemente de quién la controle, y ya demasiadas tertulias políticas hay en todas las franjas como para que me niegue a ver un programa entretenido porque este en un canal u otro.

La revuelta tiene además otra característica frente a El hormiguero: no solamente llevan a los famosos del momento a presentar lo último que han hecho, que también, sino que llevan a otra gente que nunca aparecería en otros canales de la televisión comercial. Así fue en el estreno de la segunda temporada el lunes, cuando la mayor parte del programa consistió en una entrevista a cuatro miembros de BRIF (Brigada de Refuerzo de Incendios Forestales). Hasta ahora, nadie los había invitado a un programa de televisión en prime time; nadie había reparado en ellos más allá de las noticias de los incendios del verano. Y sin embargo, Broncano -y su equipo- les hizo un hueco en uno de los programas más vistos de RTVE, en horario de máximo audiencia, cuando mayor consumo televisivo lineal hay.

Ese es el mérito del programa y eso también es televisión pública. Mientras que El hormiguero se rige exclusivamente por la audiencia al estar en una cadena comercial y tiene que llevar a unos invitados que hagan al espectador no cambiar de canal, o cambiarse desde otro canal -de ahí que anuncien a sus invitados con tanta antelación-, La revuelta puede permitirse a otro tipo de invitados, sin despreciar a otros muchos más conocidos que también acuden con lo que saben que van a hacer más audiencia.

En fin, La revuelta me da entretenimiento y El hormiguero me da entretenimiento. Según el día, veo uno u otro. Vuelvo a decir lo que dije hace dos días: ¿por qué en este país nos empeñamos tanto en hacer trincheras? ¿Por qué estos programas tienen que ser excluyentes? ¿Por qué ver uno u otro tiene que situarte en un espectro político u otro? Me niego a simplificar la vida de esta manera. Vean lo que les guste y vean lo que les interese en cada momento, sin pararse a investigar quién está detrás dirigiendo el programa o el canal o en el que dirá el cuñado de turno. Simplemente disfruten de sus momentos de ocio.

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