Reseña: 'Salto al color' de Amaral


Amaral define este disco como «una zambullida a un océano de colores sonoros donde conviven madera y metal, corazón y corteza, cuerpo, alma y alegría de vivir. 13 canciones que vibran como los destellos del sol sobre la superficie del mar». Y así me lo parece: es un disco con energía, con el que vibras, con el que cuesta quedarse sentado mientras lo estás escuchando. Evidentemente, y como en todos los álbumes, hay algún altibajo.

Salto al color (2019) es el octavo álbum de los maños y a mí me trae, entre otros, recuerdos de un viaje que hice por Italia a finales de octubre de ese año y principios de noviembre; alquilé un coche y, saliendo desde Roma, me recorrí gran parte de la bota parando en los lugares que me interesaban: Florencia, el pequeño pueblo de cuento de Perusa, Bolonia -donde estuve un par de horas sentado en una iglesia escuchando un órgano-... En esos trayectos en coche, sonó mucho este Salto al color, recuerdo sobre todo Señales y Nuestro tiempo. Eso sí, si pueden, eviten conducir por Italia.

El álbum se inicia magistralmente con Ondas do mar de Vigo, una cantiga de amigo, esto es en la literatura peninsular, un canto de amor que realiza una mujer a sus allegadas que actúan como confidentes -normalmente una madre, las hermanas o una amiga- lamentándose por la ausencia de su amado. Tiene la característica de que está escrito en gallego o, para ser más certero, en lo que deberíamos llamar «gallegoportugués», un estadio anterior común del gallego y el portugués proveniente directamente del latín. Amaral recupera este texto anónimo del siglo XIII y le pone música para hacer un inicio de disco completamente inesperado y, a la vez, maravilloso.

El agua y el mar continúa en el segundo corte, Mares igual que tú, que además se convirtió en el primer sencillo de la banda con el que dieron a conocer el disco. Algo repetitivo el estribillo, pero mejor que otras primeras escuchas de otros álbumes -te miro a ti, Kamikaze-. El ritmo y esas ganas de no quedarse quieto aparecen de sobremanera en la tercera pista, con la magnífica Señales, un estilo que ya se vio en Estrella de mar (en la canción, no en el disco), pero al que nos tienen poco acostumbrados. Ese listón no baja con la siguiente canción, Nuestro tiempo, que mantiene el nivel de la anterior y nos dejan entrever de nuevo ese salto al color del que la propia banda hablaba en la presentación del disco. No al mismo nivel, pero con un final bastante pegadizo («Quien te quiera, quien bien te quiera, te querrá bien alta») encontramos el quinto corte, Bien alta la mirada. Desgraciadamente, esta línea de buenos temas se ve interrumpida por Peces de colores, probablemente la canción más aburrida no del disco, sino de toda la discografía de Amaral; cuando me pongo el disco completo rara es la vez que no termino saltándola por evitar dormirme, peligroso esto sobre todo si voy conduciendo.

El ecuador del disco vuelve a coger ritmo con Tambores de la rebelión, un tema con una gran energía, aunque para mí, no supera a la combinación de Señales y Nuestro tiempo. Con Soledad recuperamos una efímera tranquilidad, que dura el tiempo que tiene la canción, que vuelve a volverse más cañero con Juguetes rotos, una canción cuya primera pudimos oír nueve años antes, en un directo en Zaragoza, pero en una maravillosa versión acústica -y con algunos cambios en la letra- que, desgraciadamente, no conservaron para la versión de estudio cuando decidieron grabarla. Para mí, la versión acústica en directo es infinitamente mejor que la del disco y nadie me va a mover de ahí. Ruido, el décimo corte del disco, es un tema que a mí me da tranquilidad, como cuando en mitad de un día caótico, ves a alguien que sabes que va a poner paz y tranquilidad en la jornada. Se utilizó además para la cabecera de la serie Madres. Amor y vida de Mediaset y, personalmente, creo que encajaba muy bien con la temática de esta; el videoclip se grabó con la misma temática de la serie.

Encaminándonos ya hacia el final del álbum, volvemos a encauzar el buen ritmo y las buenas decisiones creativas con los tres últimos temas. Lluvia hablaba del recorrido del agua desde las nubes hasta los lugares más insospechados de la Tierra y lo hace con una letra y una música que dejan huella. Entre la multitud tiene ese toque melancólico que a mí me encanta en las canciones del grupo: «Nunca volveremos a encontrarnos» reza su estribillo y si bien, si hablamos de melancolía, nunca nada podrá estar al nivel de Siento que te extraño, a mí este tema me parece delicioso. El cierre se produce con Halconera, la conexión definitiva entre el humano y la naturaleza, representada en este caso con la metonimia del halcón -ya saben, la parte por el todo-, a través de la metáfora del vuelo libre de las aves, pero también de la caza que realizan estas aves rapaces; el tema cuenta con un vídeo grabado en la Ribeira Sacra de Orense que podría pasar por uno de esos vídeos de fondo que se pone la gente de fondo para trabajar.

Un gran trabajo de la banda zaragozana que, como siempre digo, gana mucho en su conjunto, pero a la vez, hay muchos temas que se dejan picotear sueltos y encajan perfectamente en cualquier lista de reproducción. El disco, con sus 41 minutos, se hace corto y deja con ganas de más; es decir, los temas están en general bien escogidos; no se hace eterno y da la sensación de que hay canciones que son bastante prescindibles como ocurre con Gato negro - Dragón rojo, del que ya hablaré más adelante.

Valoración: 8/10.

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