Los días raros

Me despierto por la mañana y aún es temprano. Somnoliento, con el ojo con esa neblina fruto de las legañas de un buen sueño profundo, miro mi reloj Casio con luz verde en la muñeca izquierda; su batería es inagotable -cuántas veces lo he pensado- y me da la tranquilidad de que, me despierte a la hora que me despierte de la madrugada, puedo mirarlo para saber con seguridad qué hora es, qué horas son ya. Apenas son las ocho menos cuarto de la madrugada. «¿Ya me voy a levantar?», pienso; no por nada en especial, sino porque es domingo. «Hoy no se trabaja, es el día del señor», dice uno de mis personajes favoritos de la televisión, una frase que suelo repetir en estos días del señor aun siendo un hereje religioso, que me dice mi abuela de vez en cuando al no acordarse de la palabra ateo. Pero es lo que tiene levantarse todos los días a una misma hora para trabajar en lo que se puede desde casa, que al final esa hora es tu rutina mañanera y que te podrías desactivar sin miedo la alarma del ...