Lo del ascenso de VOX en las encuestas
En los últimos meses hemos sido testigos de cómo Vox, con Santiago Abascal al frente, ha ido ganando fuerza precisamente donde menos se esperaba: entre los obreros, los desempleados y aquellos que se sienten abandonados. Esa misma franja social que debería sentirse protegida por la izquierda tradicional, por los sindicatos y por los partidos que están en el Gobierno, ha sido seducida por discursos identitarios y simplistas. La estrategia de Vox no se ha basado en complejas teorías económicas, sino que ha sido emocional, directa, y ha calado en la desesperanza. En el descontento de las clases más humildes ha brotado una voz que, hablando de fronteras y culpables fáciles, se muestra como alternativa. No es difícil entenderlo: la izquierda institucional perdió su conexión con esa base; en general, perdió el norte hace mucho tiempo. Los sindicatos que debían reivindicar mejoras salariales y condiciones dignas ya no representan un refugio; hoy son vistos como organizaciones distantes y acomodadas; se han percibido como elites desde dentro, incapaces de hacer real la lucha cotidiana. Eso abre la puerta a discursos externos, aunque peligrosos, prometiendo lo que ya se presume que no se va a recibir.
Al mismo tiempo, vamos camino de los ocho años con un gobierno socialista en coalición, primero con Podemos, después con Sumar, y hay decisiones que han contribuido a erosionar la credibilidad del «gobierno progresista» que nos vendían que podía haber sido. Irene Montero, ese foco constante de polémicas, se volcó cuando era ministra en debates sobre lenguaje inclusivo y tonterías similares, pero que en la práctica han terminado por distraer del núcleo duro de la agenda progresista, la que afecta a la gente en su día a día: empleo, vivienda, derechos. Cuando el foco se difumina en lo semántico, las propuestas concretas de emancipación se diluyen; cuando a quien le cuesta llegar a final de mes ve que los que deberían tener propuestas en el Gobierno para ayudarlo se enredan en decir portavozas, en ver por qué el machirulo del camarero le pone la cerveza a él y no a ella o en renombrar el Congreso de los Diputados, la indignación crece. Cuando la única baza de tu candidata a una alcaldía es que es «sorda y bollera», demuestras que has perdido el contacto con la realidad, concretamente con lo que tus potenciales votantes quieren. O que te importa todo un carajo bien gordo.
El efecto conjunto es palpable: una izquierda enredada en sus propias batallas -porque cuando parece que la izquierda no puede dividirse en más partidos o movimientos, o como se llamen, surge otro nuevo-, sindicatos inútiles y un electorado hasta las narices. Ese caldo de cultivo ha sido aprovechado por una estrategia ultraderechista que, sin ofrecer soluciones reales a la precariedad, ha sabido articular una narrativa emocional: «los de arriba son los culpables, nosotros representamos al pueblo». Una narrativa que, aunque vacía, resulta poderosa cuando no hay otra voz urgente que ponga sobre la mesa un proyecto firme y veraz. ¿No les suena esto a «la casta» de Pablo Iglesias en sus comienzos políticos? El populismo barato, venga de donde venga, se da la mano.
Claro que hay resistencias. No todos han caído en esa hipnosis colectiva, pero sus avances, día a día, entre quienes tienen menos recursos y más incertidumbre, generan alarma. Insisto: esto no es solo un juego político, es el síntoma de un sistema social que ha dejado en la cuneta a quienes más necesitaban ser sostenidos. Esta izquierda acomodada o de salón -como la he oído llamar a algunos- que padecemos desde hace ya demasiado tiempo lo tiene muy complicado. Pedro Sánchez resiste porque vendería a su madre al mismísimo diablo con tal de estar un día más aplastando las nalgas en la Moncloa, pero eso acabará y ni juntando a lo más execrable del Congreso conseguirá sumar para tener otro mandato, y cuando eso pase VOX estará aguardando, porque dudo mucho de que el PP pueda tener una mayoría absoluta. Feijoo no es Ayuso, no es Juanma Moreno, no tiene el carisma de estos, a veces creo que no sabe ni por dónde le viene el aire. Y esa falta de determinación hace que su partido se enree temas que no le aportan nada o que le falte la determinación para quitarse de en medio a un inútil como Mazón.
En fin, creo que la política va a estar entretenida con el nuevo curso político. Si yo fuera ustedes, tendría una remesa de palomitas de esas de microondas preparada en la despensa. Yo ya me la he apuntado en la lista de la compra para que no se me olvide.
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