Leía el pasado domingo en
El País un artículo firmado por Sara Castro que hablaba del
auge del «urbanismo feminista». Tras leer con atención el artículo, por lo llamativo del titular, llegué a la conclusión de que al urbanismo que se está haciendo en el siglo XXI en las ciudades, dotándolas de mayores facilidades e infraestructuras para el peatón, zonas verdes... resulta que hay que llamarlo «feministas». ¿Por qué? Vaya usted a saber. Por más que he intentado buscarle la lógica no se la encuentro. Lo más interesante del artículo no es lo que escribe la periodista, sino la zona de comentarios, donde escribí uno hablando del sinsentido de poner la etiqueta feminista a todo, hasta al urbanismo; al rato la respuesta de una tal Paula García diciendo estar cansada de comentarios donde se cuestione la visión feminista [del urbanismo, entiendo] y diciendo que me vaya a la sección de deportes, como si me importaran lo más mínimo. Pero lo realmente sorprendente es cómo hay una serie de comentarios posteriores en la misma línea que el mío: hablando del sinsentido de etiquetar como feminista las ciudades cómodas para todos y cuestionando que se pueda cuestionar que se le llame feminista hasta al defecar un retrete cómodo y limpio.
Síntoma de los tiempos, supongo, pero no me da la gana de callarme ante estas tonterías ni, como antes, no decir nada pensando en el qué dirán ante el pensamiento único.
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