Una realidad paralela

Sigue sorprendiéndome la capacidad de vivir una realidad paralela de esos que se hacen llamar a sí mismos representantes. Da igual del partido y de la ideología que sean, es algo que ocurre a todos. Mirad que me propuse ni tan siquiera rozar temas políticos cuando inauguré esta bitácora, pero es que hay cosas que claman al cielo y que necesito expresar en algún sitio. A falta de redes sociales donde vomitar... El caso es que el nacimiento de Podemos, cuando yo era joven y mozo, era como una utopía. «Esto no podía ser tan bueno, gente que de verdad se preocupa por la gente», decía yo por aquel entonces; «da igual de qué pie cojees, esta gente dice cosas coherentes». Pero, como siempre pasa, cambian cuando llegan al poder. Aunque, para hacer honor a la verdad, esta gente llevaba cambiando desde que simplemente lo olfatearon, aun sin tocarlo. Creo que voy a explicarlo mejor con el siguiente ejemplo:

¿Qué está ocurriendo? Que tenemos todo un sector político en España ahora mismo que se cree que absolutamente todo gira alrededor de ese engendro que han llamado ideología de género. Absolutamente todo, hasta el coronavirus. Tenemos a una ministra en un absurdo ministerio de Igualdad, que es de todo menos igualitario, en el que absolutamente todo, absolutamente todos, somos machistas, odiamos a las mujeres y somos víctimas del heteropatriarcado y de los penes opresores. ¿Pero qué carajo está pasando? Está pasando que hay ilusos (e ilusas, qué menos, Irene) que les compran el discurso a estos cuyo único pensamiento es criminalizar al género masculino por lo que tienen entre las piernas, y no ven nada, pero nada más, después de esos pensamientos. Como digo, estos individuos (e individuas, ¡perdón de nuevo, Irene! No quiero una multa por no usar el absurdo desdoblamiento genérico. Si hubieras cogido algún manual de lingüística en tu vida sabrías de lo que hablo) que les compran estas ideas, de vez en cuando, las sueltan sin más, pensando que todo el mundo es igual y está adscrito al pensamiento único (hola, George Orwell). ¿Qué ocurre entonces? Pues que se llega al ridículo. ¡Qué malos somos todos, que estamos ridiculizando a una pobre mujer que está contando una experiencia micromachista! Es cuando ese usuario, en este caso hembra, se da lo que en el vulgo se conoce como una hostia de realidad. Que al 95 % de la sociedad española y mundial, a grandes rasgos, estas estupideces de a quién le han puesto la cerveza les importa una mierda, hablando mal y pronto, y que nadie, salvo Irene Montero y sus secuaces, dice todos y todas continuamente, amigas como un inexistente femenino genérico y demás patadas lingüísticas constantes. ¿Saben ustedes por qué, amigos? Porque a la gente le importan las cosas del día a día, las cosas del comer, que tanto vociferan en Podemos; y esta gente, que antes tan a pie de calle estaba, no se da cuenta de que estos inexistentes debates hombre vs. mujer de los que viven y constantemente se alimentan solo existen en su mundo, en su pequeño y reducido mundo. Y que luego se echarán las manos a la cabeza cuando sigan perdiendo apoyos, como pasó en 2019 en Andalucía, porque (¡oh, alerta antifascista!) alguien pensó que era una buena idea hacer una campaña electoral hablando solo en femenino y que crear una consejería de feminismos con un 10 % global del gobierno de Andalucía era el mejor plan.

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